martes, 13 de octubre de 2009

EL MISTERIO DE LA INTELIGENCIA HEREDADA



Ocho ganadores del Nobel tienen hijos que también han obtenido el premio. El más reciente caso es el del químico Roger Kornberg, cuyo padre obtuvo el de Medicina en 1959 junto a Severo Ochoa. ¿Casualidad o herencia genética? Determinadas estructuras cerebrales sí se heredan. Pero sólo influyen en el desarrollo de la inteligencia del hombre entre un 15 y un 20%.
Los ojos adolescentes de Roger Kornberg mostraban alegría e incertidumbre. El alborozo era tremendo. En su cabeza de niño de 12 años todo se tornaba confuso, pues rara vez lo despertaban en mitad de la noche. Arthur, su padre, al que encontraba leyendo por la noche muchas veces en el salón de su casa de Los Angeles, era silencioso. Ésta vez no mantenía su serenidad habitual. Le acababan de avisar, desde Suecia, que había ganado el Premio Nobel de Medicina de 1959. Él se volvió a dormir, pensando que eran cosas de adultos. Pero le alivió que su padre se viera tan feliz. Años después, cuando recibe la misma llamada, prácticamente el mismo día, 4 de octubre, a casi la misma hora: 2.00 AM, entra en shock, «no se puede describir de otra forma», cuenta. Acaba de ganar más de un millón de euros y el prestigio de entrar en un club selecto: ser ganador del premio Nobel de Química. Pero ingresa automáticamente en otro aún más exclusivo. El ser hijo de un ganador del Premio y repetir la hazaña. Él es el séptimo integrante. Su caso permite retomar una pregunta universal en la ciencia: ¿Se hereda la inteligencia genéticamente? Lo normal, a tenor de las evidencias, sería responder que sí. «Pero no es tan sencillo». Eso contesta José Masdeu, una de las eminencias españolas en el estudio del sistema nervioso. Masdeu, actual director de Neurociencias de la Universidad de Navarra y un prestigioso investigador a nivel mundial (en 1996, entonces director del Departamento de Neurología del New York Medical College, fue nombrado por American Health uno de los mejores especialistas en la materia, de Estados Unidos), nos acompaña en la búsqueda de la respuesta. Lo primero que tenemos que hacer para entender este hecho es definir qué es la inteligencia. Podemos entenderla de maneras muy complejas. Sólo la Real Academia tiene siete definiciones absolutamente distintas. Van desde que es la «capacidad de entender o comprender» o una «sustancia puramente espiritual». Masdeu está de acuerdo con una.

La inteligencia es la «capacidad de resolver problemas». ¿Esto se puede heredar? El caso de los Kornberg es ejemplar.
En el momento en que su padre gana el Nobel se produce un cambio en él. En la escuela era considerado un niño brillante, algo tímido, aunque sin problemas de socialización. Arthur lo llevó a Estocolmo y vio un mundo de las ciencias que desconocía. Una frase escuchó repetida: «Cómo te pareces a tu padre…, cómo te pareces…» Fuera del parecido físico, Roger entendió que debía seguir sus pasos. Y, cuando obtiene el galardón es, como su padre, miembro de la facultad de Medicina de la Universidad de Stanford. Pero no sólo en eso es igual. ¿Es pura casualidad? ¿Estaba Kornberg predispuesto genéticamente para ser un premio Nobel? «Eso no se puede decir. Un premio Nobel no es sólo el resultado de una genialidad incomparable. Es mucho más fruto del esfuerzo, contactos y habilidad. Pero sobre todo persistencia», asegura Masdeu. Son mucho más importantes la perseverancia y los estímulos externos. La polaca Marya Sklodowska Curie (Marie Curie) fue la primera mujer en ganar un Nobel. Obtuvo, en 1903, el de Física junto a su esposo Pierre Curie por su trabajo sobre radiactividad. Esta pareja había tenido seis años antes a su primera hija, Irène. En 1911, cuando ésta tenía 17 años, Marie gana por segunda vez el premio, aunque esta vez el de Química. En 1935, Irène consigue emular a su madre, también con un trabajo relacionado con la radiación. Ella es un caso paradigmático: es hija de dos premios Nobel y sólo en su familia acumulan cuatro: Uno de Física y tres de Química. ¿Es sólo «estímulo y perseverancia» lo que sucede con Irène? No parece ser sólo eso. Sus padres eran personajes brillantes, con un elevado coeficiente intelectual. Su abuelo materno era profesor de ciencias.

¿Cabe una determinada herencia genética? «Sí. Un estudio de la Universidad de California (UCLA) señala que hay determinadas características en el sistema nervioso que sí se heredan. Digamos que la base con la que uno nace es herencia de los padres. Pero no determina la inteligencia final», afirma Masdeu. Criar un genio. Existe una estructura básica del sistema nervioso pero no es sólida (como muchos creen), es moldeable. «Podemos comparar al sistema nervioso con la mano. Si esta se utiliza para forjar el hierro se volverá fuerte, con dedos gruesos y una fortaleza poco habitual. Si, por el contrario, se dedica a tocar el piano los dedos serán delicados, largos y ágiles». Por esto, la manera de educar a un hijo es aún más importante que la herencia genética.
Según un estudio de la UCLA, la relación genética con la inteligencia es de un 20%. Esta investigación realizada entre gemelos idénticos, bajo la técnica de la neuroimagen (que permite explorar el cerebro humano intacto y analizar las variaciones de la actividad de las neuronas en procesos mentales específicos), revela que este es el porcentaje que se puede atribuir al ADN de los padres. Lo demás es voluble. «Se modifica y se transforma de acuerdo a la vida del individuo. Una motivación especial hará que la estructura nerviosa se transforme y evolucione». Existen siete hijos de premios Nobel que han obtenido el Premio. Todos ellos han tenido vidas que han impulsado sus respectivas carreras. Kornberg ha vivido desde los 12 años bajo la sombra e impulso de la figura paterna. Irène Joliot-Curie fue asistente de su madre desde los 18. Aage N. Bohr, ganador del Nobel de Física en 1985, e hijo del Nobel en el mismo campo Niels Bohr, creció bajo la tutela de genios en la materia como Wolfgang Pauli y Werner Heisenberg.

Probablemente, la mayor prueba para creer que son más importantes los estímulos externos que la herencia genética es la de J.J. Thompson, quien obtuvo el Nobel en 1906. Pero ese no sería su mayor mérito. No sólo su hijo George Paget Thompson ganó el mismo galardón en 1937. También siete alumnos suyos más, sin ninguna relación familiar con él, obtuvieron el Nobel. Un logro hasta ahora irrepetible: ocho premios Nobel del mismo tutor. «La influencia de la educación y los estímulos recibidos en casa son determinantes para que la base con la que se nace avance en un grado mayor o menor». Lo que certifica esta afirmación es que cinco de los casos citados han obtenido premios en la misma área que sus progenitores. Irène Curie, como sus padres, investiga en el campo de la radiactividad. George Paget Thompson descubre las propiedades del electrón (a su progenitor le llamaban el Padre del Electrón). Aage Bohr incide en la teoría nuclear (su padre desarrolló una bomba atómica), Kai M. Siegbahn estudió un espectroscopio de alta resolución (su progenitor investigó con uno de Rayos X), Roger Kornberg, como Arthur, también investiga los misterios de la genética. Lawrence Bragg va más allá: trabaja y gana el Nobel junto con su padre con 25 años, siendo el ganador más joven de la Historia. No es hereditaria. En conclusión, la inteligencia no es hereditaria. Sin embargo, determinadas estructuras neuronales sí lo son. Pero sólo influyen en el desarrollo de la inteligencia del hombre entre un 15 y un 20%. Lo demás es fruto del impulso vital de los padres y el entorno en que nuestros hijos crezcan. «Por eso, el hijo de un campesino sin oportunidades no está condenado a un destino. Su esfuerzo y constancia definirán su vida. Exceptuando enfermedades serias del cerebro, nadie, intelectualmente, está condicionado genéticamente a nada». Refuerza esta teoría que los Timbergen, los únicos hermanos que han ganado el Nobel, Jan en Economía en 1969 y Nikolaas en Medicina en 1973, no tenían padres superdotados pero sí ávidos de enseñar. Por eso, el momento en que Kornberg recibió la noticia de la victoria de su padre, y su felicidad posterior, definió su destino. Probablemente, inconscientemente el Nobel de Química 2006 sólo quería llegar al mismo momento de felicidad que su progenitor: como un peón que llega a la última línea enemiga, para transformarse en un ser superior. Así de simple, así de romántico. Pero no todo se da por sentimientos. La idea de que el entorno –y el dinero invertido en educación– es importante se refuerza con la estadística de que de los 82 premios Nobel en Física, Medicina o Química otorgados desde 1996, el 23,10 % (19) han sido entregados a investigadores radicados o instruidos en California. Asimismo, todos los hijos citados en este reportaje asistieron a instituciones académicas de mayor categoría que sus padres. En definitiva, todo buen padre tiene la posibilidad de tener un hijo que gane el Nobel. Sólo se necesita auténtica voluntad (y amor).


Fuente: Magazine.

Camila Manríquez F.
Tutora Ayudante.

Proc. Cognitivos II.


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